Desde hace casi medio siglo, se reúnen una vez al mes en el más absoluto sigilo y con la más absoluta discreción. Sus figuras circunspectas y descuidadas, sus vestimentas más ordinarias que comunes, y nadie -más que el ojo avezado en conjuraciones como el mío, el mismísimo Narciso Guisote– imagina en realidad lo poderosos que son…



Yo sin embargo, que conozco de estos asuntos, puedo decirles que ahí están y existen, y si duda ustedes o cualquier valiente que dude de mi honorable palabra que es de hombre enhiesto y de buenas costumbres, los pueden ver con sus propios ojos, cada viernes último de mes, haciendo fila modosamente -como cualquier hijo de vecino chino- en un cafetín del Barrio de Coyoacán; los distinguirán inmediatamente, pues son tres hombres que solían ser más, con cara de sabios canosos (o viejos decrépitos, dependerá de cada quien) que llegan juntos, hacen fila en silencio, y no hablan ni una palabra sino hasta que café en vaso desechable y churro en mano, se encuentran a algunos pasos de ahí, bajo la sombra de un sauce llorón que en épocas mejores fungía de mingitorio canino y almohada de soñadores enyerbados que prefirieron el sueño a la clase chauvinista-capitalista de la universidad…

Y lo que ahí sucede, es secreto juramentado bajo el pésame de los más terribles ceños de tortura, que yo he logrado averiguar con mi percha de decencia y decidido con valentía abundante, revelar porque es mi deber y bien es mi función dar a conocer al mundo las conspiraciones diabólicas que traman los que están aliados con políticos y de las que los ciudadanos debemos librarnos para el bien de la democracia americana, la libertad de la humanidad y el sueño de Bolivar (que me han asegurado fuentes fiables, sigue vivo y le cuesta dormir tendido por su muy avanzada edad).


¿Ha escuchado Usted de la “Ley Televisa”? ¿De la honrosa confiscación mordaza de los opulentos proyankis de RCTV que hizo el valeroso Chávez? ¿Conocen sus razones? ¿Los fuertes intereses que ahí menean cual reata diestra de charros, los del argento que nunca pierden salvo que algo ganen a cambio? ¿Pues eso es guano de vampiro rabioso de Transilvania comparado con lo que mueve los hilos de este país y esta ciudad! ¡N-A-D-A similar a lo que le pienso revelar!… ¿Está Usted listo para comprender? ¿Para poner atención? ¿Para más allá de oír, escuchar la verdad?

Bien y entonces comprenda lo que yo sé a cuestas de la vida propia, guiado solamente por el ideal desinteresado de abrirles los ojos a los ciegos de la verdad: Tengan cuidado, que detrás de ese perfil inofensivo colmado de canas y pláticas discretas, no denotan el poder que en realidad detentan… Aquellos tres, son a quienes los servidores públicos y polóticos honrados temen, y los que nos tienen a su merced completa.

Sí, compañero, compañera de lucha, aquellos tres tienen el poder secreto, completo, de manipular a despabilada y siniestra según les mande el placer -o el interés- que conlleva el guiar el inocente destino de miles y millones que nada imaginan porque su vista no llega más abajo de sus nalgas que cuando se sientan a defecar… Dicho sea de otro modo: nadie lo creerá, pero usted y yo les debemos buena parte del día, risas o lágrimas, ataques de pánico, pérdidas millonarias o ganancias de centavo, gritos y golpizas y hasta la vida o la muerte de cualquier momento en cualquier lugar.

Son esos tres, a los que llamo la Confraternidad del Cafetín, los empleados del gobierno federal que planean y manejan el tráfico de la ciudad. Sí, amigo, amiga, no se sorprenda y mejor comprenda. El más alto de ellos, sentado en una triste y pálida oficina gubernamental, en el sótano de un antiguo edificio del centro, es el responsable del mapeo de la ciudad. Sin su consentimiento, una calle no existe, una salida no se conoce, no se publica jamás. Imagine pues un laberinto de ratas, ¿cómo imagina al que decide poner y quitar barreras?… Cada recoveco, cada calle con o sin salida, cada banqueta, cada cloaca y callejón de la obscuridad, dependen de él desde años atrás. Dícese por ahí, que tiene una ruta secreta para llegar a su casa en cinco minutos atravesando toda la ciudad? ¿No me lo cree Usted que tiene cara de incrédulo? ¿Aún tiene sus dudas?

Bien, pues el otro, el que verán más barrigón de todos cuando se atrevan a buscarlos, que a veces compra hasta dos o tres piezas de churros, es el que tiene en sus manos la autorización de la localización de las paradas de micros, peseros y autobuses y sus rutas; las pone delante de una curva que desemboque en avenida principal, en un tercer carril para que tengan que dar vuelta a la izquierda de inmediato invadiendo los otros carriles y sacando de curso a cualquier automovilista temerario, las pone en las calles donde hay solamente dos carriles, las pone justo antes de cualquier semáforo, o en el cuello de botella de las varias autopistas que entran a la ciudad; una parada de pesero unos metros delante de la parada de los microbuses, y éstas, a unos pasos de las de los camiones; unos se bloquean a otros, toman el siguiente carril, compiten por el pasaje, chocan, invaden trayectorias, detienen el tránsito… ¿O acaso tiene Usted otra explicación a que todo ello está tan diabólicamente sincronizado? ¿Verdad que no? ¿No es cierto que sus mentes comienzan a ver la chispa de la luz?…

Pero espere, no se vaya usted, falta el que forma la triada, déjeme explicarle, el triángulo perfecto… Es el de la barbilla partida y que no se distingue sino porque se cubre la calva con un tupé que se reconoce a metros de distancia luz del sol. Sí, aquel es el que diseña desde la comodidad de un escritorio de metal, el sentido que debe llevar cada calle de esta megalópolis. Tarea titánica que cambia a conveniencia, y de un día para otro sin aviso ninguno; encontrarán un buen día que la ruta de su diario devenir se ha visto forzada porque el sentido de la calle mutó. ¿No es cierto lo que les digo? No le importa el flujo, el desemboque, ni siquiera las calles conoce… pero eso sí, conoce a detalle el caos que provoca, los tiempos, las congestiones viales.

Son los tres, herederos de esa burocracias desquiciada que deciden que hacer con nuestras vidas, horas al día, y que una mañana maldita se dieron cuenta del poder que juntos poseen, y que caro han decido vender su amor. Miles de millones, eso es lo que trato de advertirles, amigos, compañeros, mexicanos. Falta poco tiempo; es una conspiración, llevan casi cincuenta años planeándolo. Son las piezas del rompecabezas que poco a poco acomodan, una estación de microbús aquí, otra de camiones allá, ésta calle que la borramos del mapa y la cerramos, aquella la hacemos privada, cámbiale el tráfico a esta avenida, haz esta otra de un solo sentido, y en este punto, aviéntale en contraflujo… Y un buen día llegará el momento en que vean su sueño hecho realidad: la ciudad colapsada, cual infarto masivo, ningún coche ni para delante ni para atrás. Y la gente desesperada, abandonará sus vehículos y pertenencias, y caminará de vuelta a casa, no habrá comida ni agua embotellada, robos de tiendas y dispendios de cerveza, días y días pasarán; y entonces tendrán las autoridades locales que traer grúas y equipos e ingenieros extranjeros para ver cómo desenmarañarlo todo, usar visión satelital; localizar en qué punto, qué vehículos levantar al aire para poder comenzar a destrabarlo todo… ¡Escuchen, no se vayan! ¡No estoy loco! Días y días pasarán, y entonces, los medios de comunicación distraídos, el gobierno espurio aprovechará la sinrazón para levantarnos las enaguas y vender PEMEX y la Comisión Federal de Electricidad… Esperen, esperen, no se vayan, les juro que es verdad, lo hemos analizado gente sapientísima en la asamblea de barrios con ayuda de unos analistas Cubanos… Esperen, esperen, ¿quién se une a la lucha, quien ayuda a evangelizar esta verdad del pueblo? No estoy loco, no se vayan, les juro, les doy mi palabra de hombre enhiesto y de buenas costumbres, de que todo lo dicho es verdad…

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