Durero, Melancholia I
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Es curioso cómo juega la mente, cómo divaga, cómo detona en recuerdos -cuando se lo permitimos o las circunstancias nos obligan a compartir con nosotros mismos- ante cualquier estímulo. Por ello es que no valdría la pena ahondar en cómo o porqué fue que él comenzó a recordar detalles de Melancolía I, el famoso grabado de Durero, mientras espera frente al juez del registro civil.

El cuadro mágico de Júpiter, donde las sumas en línea y columna siempre dan el mismo número, captó su memoria por un momento, pues se ha dado cuenta de que hoy es día 16 y el mismo número lo compone, símbolo de la buena ventura que juega gran papel en el grabado. Además, pensó sonriente sin darse mucha cuenta de lo que sucedía a su alrededor, un detalle interesante es que el artista inscribió dos relojes de arena, quizás para eternizar que dos tiempos son los que suceden, el de la vida, el colectivo de nadie en particular sino de todos, del mundo, de una era o cualquiera, y el otro, el tuyo y el mío, el de la vida vivida y vivencias, esas experiencias que nos dejan marcados por siempre y que hacen que la savia se separe del resto del cuerpo, que se insertan en la memoria particular, que nos sirve para medir y pesar la propia; a pesar de uno está en todo y el todo está en uno…

Sin no mal recuerda, la clepsidra está a la mitad de su recorrido, significando la madurez, la plenitud, igual que la que siente hoy día, siempre en Durero la dualidad, siempre en complemento con ese otro ser, que ahora desposará ante la ley y sus seres queridos, los más cercanos, familia y amigos que los han acompañado durante tantos años.

Se conocieron en la universidad, él estaba estudiando la carrera de administración de empresas y un buen día que fue aburrido a matar una hora entre clases a la cafetería, se encontró con sus ojos y sintió ese destello, nerviosismo y mariposas estomacales, esa química que sólo conocen los que alguna vez han encontrado al alma gemela, y que -aunque parezca ridículo- a partir de ese momento su vida no volvió a ser la misma.

Es difícil para un hombre aceptarlo, pero nunca más se volvió a sentir sólo, un bicho raro fuera de lugar, sin compañía; nunca más se volvió a sentirse incómodo en alguna reunión, ni quiso volver a invitar a salir a nadie, comprendió por primera vez lo que es compartirlo todo, incluyendo sueños y miedos, esperanzas, gozos y desconfianzas. Aprendió lo que es dormir abrazado de alguien, sentirse tranquilo cuando después de un largo día de trabajo, se acuesta uno en una cama que se siente “bien”, que se siente llena, satisfecha.

Primero fueron encuentros furtivos, el primer beso, no saber que pasará pues la relación no gustaba a sus padres, pero el amor terminó imponiéndose y al pasar de los meses, rentaron un departamento y se fueron a vivir juntos, y entonces se enamoró también de sus defectos; esos que no conoce nadie más y que son la esencia del amor compartido, propios y ajenos, como que le gusta comprar cuanto tupperware divisa en el super, que duerme en diagonal y con los ojos abiertos, y se acurruca rozando los pies uno contra el otro, llora con las películas dóciles, le jala las cobijas, disfruta de lavar ropa y cuando se aburre, de la pastelería, cuida de más a su familia, le habla a sus perros como si fueran humanos, se endroga en navidad, hace berrinches cuando no sabe que ropa ponerse, y no le gusta leer historias tristes.

Todo eso es material de realidad novelada de cuento real de San Valentín, compartirlo todo, antojos, desvelos, enojos, una apendicitis, ahorrar por años para poder viajar, besarse con cariño, buscar después una casa, caricias eróticas, cambiar de trabajo, que ría cuando en privado le da nalgadas, organizar cenas con amigos, soportarse el mal genio, solitario o compartido, igual que el llanto y disfrutar observar como se desnuda la pareja como si nadie ahí estuviera, ir al cine, leer poesía, planear el futuro, reír a carcajadas bajo las sábanas, fumarse, conocerse, explorarse, reconocerse una y otra vez en un émbolo perfecto…

Mientras todo esto reflexiona, no se ha dado cuenta de que ese ser amado, con quien ha aprendido lo que significa V-I-V-I-R, con quien nunca se ha sentido rechazado, ha llegado ya hasta su lado y que pronto comenzará la ceremonia. Es curioso que después de vivir juntos por años, hayamos decidido dar este gran paso, pensó. Sabe por cierto, que su relación no se basa en ningún papel, pero para él aún así es importante. Y porqué no, también es una etapa en la vida, tan importante, que todo mundo debiera disfrutarla. Además, quiere tener la certeza de que no le pasará nada si él falta, que su vida mantendrá su nivel económico, que heredará la casa, en fin, todo eso que compra y deja cierta seguridad para el ser más amado del mundo. Está nervioso como todo el que se casa, pero cuando toma su mano, se tranquiliza, se siente orgulloso, sabe que embonan bien, tal y como sus labios lo hacen cada vez que se besan, todo estará bien, y entonces se miran a los ojos, una mirada directa, abierta, de ese tipo de amor claro, profundo, sincero y correspondido que muy poca gente tiene la fortuna de conocer…

– Te amo, Joaquín – escucha que le dicen en un tono suave, firme, seguro.

– Y yo a ti también te amo, Gabriel- responde.

Esta es pues, la REALIDAD NOVELADA de un hombre como cualquier otro, que decide unirse a su pareja como cualquier otra; de un cuento real de San Valentín.

Si sentiste un escalofrío, si experimentaste cierta repulsión, si te quedaste anonadado, si no te gustó, es porque te sentiste identificado con la capacidad de sentir y de amar que tiene todo ser humano, sin importar sus preferencias sexuales. Y que sirva este cuento para que no te olvides nunca, que la comunidad gay está compuesta de seres humanos como tu y como yo, y por ende, se merecen el mismo respeto y derechos legales que cualquier otro. No discrimines, no seas intolerante. Feliz día del amor y la amistad.

respeta-RN

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