Tradicionalmente, bajo el umbral de la noche, no hay ninguna luz encendida en la casa del ilustre líder y presidente libertario, electo por la gracia de Dios y del pueblo de un imaginario país llamado “Estrellas de Bolívar Unidas”.
Tradicionalmente, nadie osaría hacer el más mínimo ruido en aquellas horas, pues saben que el dictador tiene el oído ligero y la conciencia intranquila; siempre temiendo un sorpresivo asesinato a sangre fría, que lo despierte un terminante golpe de Estado, una venenosa y mortal mordida de una serpiente ctónica o el furioso fantasma de Judas Tadeo Monagas blandiendo el sable que según la voz popular, mata el alma y deja al cuerpo en un coma inevitable. Tradicionalmente, todo estaría en penumbras y el personal dormido. Sin embargo, hoy es diferente:
El segundo círculo íntimo del presidente que son a saber: cocinero, chofer, sastre, módico y enfermera y uno que otro cubano, santeros y espías mejor conocidos como asesores de seguridad, están reunidos en la cocina de la residencia, a puerta cerrada y murmullos joviales, para celebrar al valet personal del presidente, que como cosa rara a diferencia de todos sus antecesores, cumplirá mañana seis meses en el cargo.
Aquel, es un joven capitán de la guardia nacional de andar recio y hablar poco, y una sobrada inteligencia y resistencia para cumplir cada una de las peticiones y extraños deseos del presidente dictador: ¡Capitán Angarita! ¡Consígame una cubana de cabello rubio, rellenita del culo y de peras chiquitas!… ¡Capitán Angarita! ¡Tráigame un suéter para mi compadre Morales!, ¡Un abrelatas cuadrado!, ¡Los calzones de la diva!, ¡Un Rolex Daytona! ¡Capitán Angarita!, ¡Un té helado de Miami!, ¡Una pelota!, ¡Una cazadora española!, ¡Mi manopla!, ¡Quiero un partido de fútbol donde le ganemos a un equipo de la liga española!, ¡Comuníqueme a Maradona!… ¡Capitan Angarita!, ¡Un crucifijo de plata!, ¡un frailejón de los Andes!, ¡un sombrero rojo!, ¡un cura comunista!, ¡un empresario marxista!, ¡leche de ulluku!, ¡el grupo Uff! para que me arrullen de noche!, ¡jugo de Noni para el vigor del castrista!… ¡Capitán Angarita, que me impriman de inmediato una constitución pequeñita!…
Por ello, es digno de celebración el motivo, aún a sabiendas del riesgo que corren de ser descubiertos, pues es importante presentarle al joven Angarita sus respetos, asegurar que el Presidente encontró la horma a sus zapatos, comentar anécdotas del tiempo transcurrido, y reír un poco bebiendo una lisa.
– Capitán – le dijo la enfermera en tono coqueto – es uste’ tan pero tan pero tan paciente, que sería un padre estupendo…
Como era de esperarse, las burlas no tardaron. Y las miradas cargadas tampoco. Pero justo cuando estaba otro de los presentes a punto de alabar sus dotes de asistente personal paciente y leal, se escuchó desde la planta alta de la mansión presidencial, un grito necio, como de niño en berrinche, que buscaba al celebrado Capitán Angarita. “¡Quiero un dulce de lechosa!”, se escuchó tronando la voz del dictador. ¡Válgame el cielo, pero cómo un dulce de lechosa tan tarde!, agregó el cocinero. “Vamos mi teniente”, le apresuró el joven militar, “cuando lo pide a media noche, es porque se le ha ocurrido una idea genial”… Así fue que todos se quedaron esperando al Capitán Angarita mientras iba a la recámara del auto nombrado prócer de la patria estrellada, muchos preguntándose cual sería el asunto que el dictador quería encomiar con tanta urgencia con un postre.
Cual sería la sorpresa de todos, que pocos minutos después se escucharon sordos disparos y golpes, y mientras asustados se asomaban por la puerta que les servía de resguardo, bajó Angarita corriendo y tropezando por las largas escaleras, tan sólo para intentar fugarse del enloquecido agresor.
– ¿Qué sucedió? – le preguntó uno de los cubanos mientras el joven capitán emprendía la huida como desertor.
– Nada – respondió Angarita con alteración. – ¡Me dijo que Simón Bolívar le había ordenado en sueños aumentar una estrella a la bandera, y cambiar el escudo nacional pues el caballo se encontraba frenado y andando a la derecha, y sólo corriendo hacia la izquierda podría conquistar al mundo!
– ¡Válgame Dios! – respondió la enfermera – ¿Y qué más sucedió?
– ¡Pues que no pude aguantar la risa!
Y desde entonces, hace ya algo de tiempo, se desconoce el paradero del Capitán Angarita. Hay quienes dicen que está muerto. Aunque si uno averigua bien, hay en los barrios bajos quienes afirman haberlo visto con la barba crecida, maniático, escondido en una caverna de una cercana isla, repitiendo incansablemente una sola pregunta: ¿Dónde iremos a parar con estos locos?
La fábula es, niños queridos, que tengan cuidado con lo que desean, porque las novelas y cuentos se pueden volver realidad…
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