Cierro los ojos.

Procuro mantener la mente “en blanco”

pero sólo puedo ver el negro de mis párpados

y una que otra flotante amiba que dicen,

es una suciedad dentro del globo ocular,

como si fuesen tiras de algodones de azúcar de vista.

 

Medito.

Trato de estar en silencio.

Un perro ladra en la noche y

el eco de otros le siguen.

 

Va de nuevo.

Y me quedo semi dormido.

Es el cansancio de tanto trabajo acumulado.

Es el camino.

Me llama y me seduce.

Me lloran los ojos por tratar de mantenerme a flote

y lo logro.

 

El silencio me rodea.

Es como un ruido ensordecedor.

Como una máquina constante que golpea

rítmicamente y no se calla nunca.

 

El silencio duele en los tímpanos,

porque suena algo.

No sé describirlo, pero de ahí,

supongo, viene la frase de

“ruido ensodecedor”.

 

Porque el silencio suena,

retumba, te acompaña,

te acompasa cual latir cardiaco,

aunque no quieras tenerlo ni escucharlo.

Y el silencio es la nada y Adán,

fue el primero en captarlo.

 

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