o el Cuento de la Ambigüedad (entre el bien y el mal)

Portero

pic by anna carol

– Estaba trapeando, se abrió la puerta y entré a ver que todo estuviera bien, me tendieron una trampa para no pagarme mi jubilación, vamos, ándele.
– ¿De qué vamos a vivir? ¡No podemos dejarnos que nos echen así no más a la calle, hay que llevarlos a juicio!
– No te apures vieja, los pobres nunca les ganamos a los ricos, por suerte está el seguro de desempleo, verás que antes de seis meses encuentro otra chamba…

Se llama Raúl. Tiene como sesenta años, pero aparenta diez o quince menos. Tiene la sonrisa amable, el hablar pausado, la mirada sencilla y una esposa chimuela y chismosa que se mira aún mayor. Su familia está compuesta además, por dos hijas, ambas graduadas en licenciaturas, asunto que él ni siquiera pudo alguna vez soñar, porque desde muy joven salió de su pueblo natal rumbo a la ciudad y desde hace más de cuatro décadas trabaja como portero de un edificio; el último en la colonia Condesa.

A vista simple, podría decirse que es un tipo amable que se ocupa de su familia, que no se mete con nadie y al mantenerse tantos años trabajando para un mismo patrón, la lógica sugeriría es alguien de suma confianza. Pero no es así. Cuarenta años después, lo han descubierto.

Con la frialdad que se requiere para mantener una maniobra por tantos años, Raúl ha hecho de las suyas a diestra y siniestra. Su forma de operar, es discreta, eficiente y redonda. Hace muchos años se encontró en un domingo entrada la noche, abierta la puerta de uno de los apartamentos que solía cuidar. Sabía de antemano que los inquilinos estaban de vacaciones, por lo que decidió entrar para verificar que todo estuviera en orden. Y lo estaba. Pero por misteriosa razón, como cachiporrazo de suerte, como un rayo de esos que de pronto iluminan el campo, lo golpeó una idea brillante, astuta como pocas: robaría objetos pequeños –pero lujosos- en una maleta del mismo inquilino, a fin de cuentas es su día libre y avisó que no saldría a provincia a ver a la familia, por lo que nadie sospecharía de él. Entonces, subiría por las escaleras –porque quién no usa el elevador estos días- y escondería su botín en una pequeña bodega de la azotea.

Ya pasado el susto y la sorpresa inicial de los vecinos, iría sacando lo robado poco a poco, cada lunes, dentro de una bolsa de plástico junto con la basura que es necesario barrer para evitar humedades y demás molestias (hojas de árboles, polvo y demás) que se acumula en una semana en cualquier azotea de cualquier edificio de la ciudad. Metería la bolsa en el maletero de su automóvil, y la llevaría a un depósito de inmundicia orgánica a algunas cuadras de ahí, y antes de deshacerse del plástico morral, sacaría el pillaje que vendería el siguiente domingo –su día libre, repito- en tepito como objetos “calientes”.

Pero lo más importante era el paso siguiente, que le auguraría tranquilidad y permanencia: espantar a los inquilinos robados. Les dijo que el rumbo se estaba tornando muy inseguro, a los del edificio de enfrente les pasó algo parecido, a él lo asaltaron amagándolo con pistola y tres cuadras más allá, en un edificio que conoce, secuestraron a la chica de la familia cuando llegaba de una fiesta; la ciudad se está tornando insoportable y las autoridades como siempre, no hacen nada. Reacción lógica, los alquiladores decidieron mudarse a una colonia más tranquila, hacia el sur donde se decía era la zona más segura ya. No se preocupe patrón, para que usted no esté viniendo hasta acá, yo me encargo de mostrar el departamento y rentarlo de nuevo. Y así lo hacía. Máximo dos robos al año. Patrón, ¿podría ganarme un dinerito extra lavando carros a los que aquí viven? Claro patrón, no se apure, sin descuidar mi trabajo principal.

Por supuesto, nadie sospechaba de él. Porque durante cuarenta años, cada que alguien desocupaba un departamento, fuera por los extrañísimos motivos de robo a los que todos se han acostumbrado en la ciudad más grande del mundo, o porque se mudaran a otro lugar, ciudad, o por motivo cualquiera, él se encargaba de enseñar la vivienda y rentarla de nuevo. Era eficiente, prestante, en apariencia fiel y buen empleado… Mala suerte.

El libro de los abrazos (fragmento, Eduardo Galeano)

Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies con salir de pobres, que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte; pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy […]por mucho que los nadies la llamen y aunque les pique la mano izquierda, o se levanten con el pie derecho, o empiecen el año cambiando de escoba.
Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada.
Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos:
Que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no profesan religiones, sino supersticiones.
Que no hacen arte, sino artesanía.
Que no practican cultura, sino folklore.
Que no son seres humanos, sino recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local.
Los nadies […]

Mala suerte de nadies tuvo cuando hace unos meses, un arrendatario se peleó con su mujer y regresó antes de completar su fin de semana largo. Mala suerte tuvo porque ahora, a las nuevas generaciones les ha dado por cuidar la línea y hacer ejercicio. Mala suerte porque subió las escaleras con esos zapatos deportivos modernos que no se escuchan y él esperaba el ruido del ascensor. Fue descubierto cerrando la puerta del apartamento, cargando una maleta repleta de relojes, una laptop, un iPod, otras joyas de ella, películas, una cámara de vídeo y otra digital, además de efectivo dinero.

Patrullas, escándalo por todos lados, llegaron los dueños del edificio y por desconocer que la ley del trabajo no obliga al patrón a pagar indemnización por despido justificado de robo, negociaron renuncia escrita o cárcel, y aquel eligió la puerta y se fue de inmediato, dejando a su propia familia sin techo y sin explicaciones que no fueran más allá de la evasiva frase “es que estaba trapeando, se abrió la puerta y entré a ver que todo estuviera bien, me tendieron una trampa para no pagarme mi jubilación, vamos, ándele”. ¿De qué vamos a vivir? ¡No podemos dejarnos que nos echen así no más a la calle, hay que llevarlos a juicio! “No te apures vieja, los pobres nunca les ganamos a los ricos”. ¡Pero no te dejes! ¡Te están acusando de muchos robos!… ¿No lo hiciste, verdad? “Claro que no, ¿cómo iba a poder robar tantos departamentos sin nunca forzar una cerradura?… por suerte está el seguro de desempleo de Marcelo, verás que antes de seis meses encuentro otra chamba…”

Y así fue. Por cobardes sus antiguos patrones, por querer ahorrar dinero, por no denunciar el delito, hoy trabaja en otro edificio, quizá sea ese en el que vives tú. Casualmente, a los pocos días que encontró este nuevo empleo, una familia se mudó a Monterrey porque el padre fue trasladado por la empresa en la que se desempeña. No se preocupe patrón, para que usted no esté viniendo hasta acá, yo me encargo de mostrar el departamento y rentarlo de nuevo. En cuanto tuvo a un nuevo candidato para rentar el lugar, lo puso en contacto con el dueño para firmar el contrato. Pero antes, se encargó como muchas veces lo hizo, de un pequeño detalle: sacó copia de las llaves que estuvieron bajo su resguardo. Poco a poco, irá acumulándolas todas de nuevo, siempre y cuando claro está, el Señor le de vida para ello…

ALERTAS X MAIL

If you enjoyed this post, make sure you subscribe to my RSS feed!