Para muchos, Madrid en Navidad puede ser una experiencia portentosa; conocer el Viejo
Mundo, comer y beber estupendo, pasearse por la plaza de Oriente (el Teatro Real y los jardines del Cabo Noval que tienen gratos eventos culturales en esta época), visitar la actuación de la Escolan�a del Colegio Nuestra Señora del Recuerdo, u observar el espectáculo de pirotécnico de la Plaza de la Cibeles, son todas tradiciones por demás seductoras.


También podráan visitar amigos, salir a cenar con la familia, visitar el “Nacimiento” o el “Belén” Napolitano de marfil de la Iglesia de San Gin�s del Siglo XVIII que se encuentra en el museo municipal de San Isidro, o entretenerse largas horas en la plaza mayor, en el mercadillo de gitanos que venden absolutamente nada importante pero todo interesante, mientras visten de pelucas y gafas.

Sin embargo, para algunos mexicanos, este Madrid en esta Navidad, es símbolo simple y cruel de una axiomática e ineludible pesadilla, pues ellos, al igual que otros 12 mil viajeros, no podrán llegar a casa a celebrar la fecha con su familia. Nada de obsequios para los pequeños. Nada de hacer largas filas de compras, ni recordar con otros a los que se han muerto. Nada de adentrarse en el espíritu en turno, ya sea estrambótico consumista o de simple compartir momentos, sobremesas y mostrar fotos. Nada de abrazos ni brindis tampoco. Nada de reír en compañía, ni del infantilismo, ni de cantar borrachos hasta altas horas de la noche. Nada de hacer lo planeado desde hace meses, para lo cual se había ahorrado hasta el último centavo.

¿Compartir con la familia? ¿Cenar Tamales? ¿Cantar Villancicos? ¿Qué tal un Pozole? ¿Un baño caliente? ¿Pastorelas? ¿Pambazos? ¿Ponche con caña y tejocotes? ¿Dulces tradicionales? ¿Abrir regalos? ¿Atole? ¿Posadas? ¿Piñatas? ¿Tu propia almohada? ¿Pavo? ¿Bacalao? No. Nada. NA-DA. N-A-D-A. Y punto.

Por obra y gracia de la divina Air Madrid, tendrán que pasar la Noche Buena maldormidos, acostados sobre periódicos para guardarse del frío, cuidando a ratos sus maletas, sin poder bañarse, comiendo aquellos empacados que venden las maquinas despachadoras, sorbiendo café a ratos, lejos de sus hijos, de sus padres, de sus hermanos, solos como se puede estar solo con alguien que ha sufrido la misma maldita suerte…

-¿Por qué demonios no los suben a otros aviones?- se pregunta el empresario que va a cumplir -con cierto desgano- con una fiesta de la empresa que dirige.
– Porque no hay vuelos ya, están saturados, y porque los fondos de Air-Madrid- escucha decir a la reportera en la radio, como si respondiera a su pregunta -están congelados hasta que los directivos de la empresa autoricen el movimiento monetario.
– Qué barbaridad – responde el locutor principal, falsamente queriendo mostrar empatía… Ni hablar. ¿Es que acaso no hay alguna ley que les respalde en sus derechos como consumidores? Porque imagino, han comprado sus boletos desde hace meses…
– Efectivamente- argumenta la corresponsal – y no sólo se trata de los mexicanos que viven acá que querían visitar a la familia en México, sino que hay cientos de turistas, estudiantes y amas de casa y niños, que se han quedado varados en el aeropuerto; personas que han perdido ya la oportunidad de llegar a Paris desde donde abordarían el viaje de regreso a su país, han perdido conexiones con otras aerolíneas, reservaciones de hoteles en otros destinos; millonarias pérdidas se consideran

-Imbéciles- dijo en voz alta. ¡Se lo merecen por querer ahorrarse unos pesos! Y es que últimamente, su empresa aérea -la más antigua de México- se ha visto afectada por esta que llama competencia desleal, de las aerolíneas de bajo costo. -Ojala y lo padezcan a tal grado, que nunca más vuelvan a confiar en esas empresuchas-, dijo con recelo.

En ese momento, su automóvil de lujo disminuyó la velocidad. Por alguna razón, el chofer, acostumbrado a escucharlo siempre sin tomar partido, sin dar signos de vida siquiera, orilló el vehículo y apagó la marcha.

– ¿Sabe usted conducir? – le preguntó al empresario, quien anonadado, no le pudo responder -porque a mi me perdona pero en este preciso lugar lo dejo y le renuncio.
– ¡Julián! – le espetó el jefe con cierta violencia -¡lleva usted conmigo 10 años! ¿Qué demonios le sucede?
– Precisamente por eso se lo digo así, jefe. Usted me conoce, sabe cómo soy, y yo, no puedo trabajar para un pendejo.
– ¿Perdón? – preguntó el empresario con una especie de balbuceo sorprendido, incrédulo del momento, acostumbrado a que todos sus empleados le temieran y nunca se atrevieran a importunarlo.
– Como oye. Aquí me quedo.

El empresario comprendió -acostumbrado al ambiente de negocios- que al menos en ese momento, no le quedaría otra más que ceder, que negociar con aquél, de hacerlo entrar en razón, pues sin importar el enojo que tenía, al no saber conducir el vehículo, no lograría nada -más que poner su vida en riesgo- despidiéndolo en ese momento.

Además, en el fondo sentía la más grande curiosidad por conocer la causa que había provocado que Julián Gómez Rivera, el más cercano de sus empleados, el que soportaba largos desvelos y viajes, jornadas inhumanas y malos tratos, de buenas a primeras haya decidido tirar todo por la borda.

– Venga, tranquilo, mejor dígame que es lo que le ha molestado- le preguntó adoptando una sonrisa confiada, un aire conciliador.
– Ya le dije, yo puedo trabajar para un explotador, rudo, trabajador empedernido; pero nunca, para un pendejo- le respondió el otro, sin ceder ni un centímetro en su argumento.
– ¿Es por mis comentarios de aquellos que no llegarán a su destino? – preguntó el empresario sorprendido, pero conocedor que de alguna forma, había dado en el clavo. ¿Es porque no podrán celebrar la navidad en sus casas? ¿Le pareció inhumano mi comentario?

El chofer, Julián, suspiró entonces. Y respondió: Sí y no. Y antes de que me diga nada, déjeme me explico. Es muy triste que no lleguen a ver a sus familias, a sus hijos, a sus seres queridos. Yo me imagino en su situación, y no poder ver a mis nietos en navidad, sería terrible. Pero eso, no es el motivo de mi renuncia – recalcó. El asunto está jefe, en que me estoy dando cuenta de que está tomando malas decisiones, y por eso, mejor le busco en otro lado porque no podría trabajar para alguien a quien no respeto – además, el horno no está para bollos.

– ¿A qué te refieres? – le preguntó, con sincera curiosidad, el magnate de las aerolíneas mexicanas.
– A que está dejando pasar una oportunidad grandiosa de negocio- le respondió el chofer. -Yo siempre he confiado en que somos la mejor aerolínea del mundo, la más puntual, la más confiable, ¿porqué entonces abandonamos a los mexicanos a su suerte en España?
– ¡Porque se trata de otra aerolínea!- le reprimió su jefe, con cierto aticismo.
– ¡Por eso mismo digo! – gritó él también, como si estuviera diciendo lo más obvio del mundo y su patrón no pudiera ver más allá de sus narices -¡Imagine que habla usted a Lopez Dóriga, ahoritita, y le dice en el noticiero que como nuestra línea aérea siempre cumple, siempre es de confianza, hará un sacrificio especial por traer a estos mexicanos a casa para la Navidad!… luego les manda un avión y se los trae. ¡Imagíneselo!

¡Julián, eres un genio!, le dijo. Y así pues, después de platicado el asunto, tomó el teléfono celular y llamó a su segundo abordo. -Ricardo, te voy a pedir dos cosas. Primero, que le subas el sueldo a Julián, segundo, que me organices un vuelo a Madrid llevándote a la gente que dejó varada Air-Madrid en México, y me lo traes de vuelta con todos los compatriotas que se quedaron sin que nadie les respondiera. No hombre, ya sé que es costoso, pero hazme caso… Lo que vas a hacer, escúchame bien, es una campaña mediática, de que con nosotros SIEMPRE pueden confiar, dale publicidad en noticiarios, que va a ser navidad y están urgidos de noticias buenas, y allí, los que se quieran venir, que te firmen una cesión de derechos para que nuestros abogados demanden en su nombre a Air-Madrid, cobren sus boletos, gastos y perjuicios, y los quebramos en tribunales. Así, quedamos bien con los mexicanos, ganamos consumidores leales para toda la vida, hacemos una muy efectiva campaña de publicidad a bajísimos gastos, recuperamos el costo del transporte vía la recuperación monetaria del boletaje incumplido, destruimos a un competidor desleal y mandamos un mensaje a todas esas aerolíneas de bajo costo… y lo más importante, traemos a estas personas a casa para que celebren las fiestas… Sí, sí, lo sé, soy un empresario brillante- dijo antes de colgar y guiñarle un ojo a Julián, quien como desde hace diez años, se encontraba ya, siempre atento, detrás del volante…

¿Si alguien le escribió a Santa Claus, podrían pedirle que México tenga más empresarios brillantes?

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* Actualización: Pilotos de Iberia se ofrecen a volar gratis para trasladar a los afectados por Air-Madrid. Vía: alt1040.

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