Una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad.
– Joseph Goebbels

La palabra, la palabra es… una ciencia secreta, es una invaluable herramienta. Yo soy un periodista, un poeta, un filólogo, filósofo lingüista y creador absoluto de la palabra. Dicen por ahí, que soy mercenario del lenguaje, un propagandista… ¿Y sabes qué? ¡Lo reconozco!

Para mí, la palabra es lo más mágico y político, el fuego y el hielo, lo blanco y lo negro. La palabra es vida, es amor, es muerte y emoción. La palabra es elegante, es cambiante y mutante, es descriptiva, es alteración. La palabra es fin que es a su vez un medio, es granate divino, elegancia, publicidad o propaganda, cultura, e inmaculada concepción. ¿Y yo?… Yo utilizo la palabra como todo aquel que se jacte de ser buen periodista y locutor y utilizar viene precisamente de hacer útil. Como todo alquimista experto, para mí, la palabra es un crisol, herramienta y un escudo, maleable materia, aparato a mi servicio, un ventajoso instrumento, un arma cargada que blando contra los injustos de corazón… Sí, soy un cínico, sí. Lo reconozco en la acepción más amplia y conocida de la palabra. ¿Por qué? Te lo dejaré tan claro como fresco que soy: conozco de sobra el poder que tiene mi voz. Y como informador, como líder de opinión, como quien puede, lo ejerzo de manera absolutista, moldeo y maleo la palabra, sin permitir cuestionamientos, y siempre de acuerdo con mis intereses personales…

¿Mercenario propagandista?… ¡Bah! Déjenme explicarme: yo sólo me vendo a mis propios sueños. No me compran con dinero, sino con halagos, la posibilidad de pasar a la historia, una diputación federal e ilusiones propias. También influyen en mí las promesas de una prensa más seria y profesional según mi criterio, con una cultura más desarrollada y con un verdadero cambio en el país, según mi propia y perfecta definición. ¡Estando detrás de la noticia estaré detrás del poder!

Quiero un país que mire a la izquierda y por ello, represento a los intelectuales e informadores que no guardamos sana y objetiva distancia. ¿Será por eso que nos llaman propagandistas? ¡Que importa! Soy de aquellos que queremos un reacomodo de la clase poderosa, que queremos venganza, justicia divina y sabiduría popular. Quiero una república diferente, y por ello hago mi parte, por eso contribuyo. Lo hago desde la poderosísima tribuna de los micrófonos y las letras. Lo hago como conferencista en universidades, en mítines que mi sola presencia legitima y lo hago al movilizar la fuerza social con mis adjetivos. Hago mi parte al poner palabras en los entrevistados, que muchas veces o están muy nerviosos o ni a criterio propio llegan. Lo hago al hacerlos repetir mis ideas, y también con mis críticas siempre dirigidas al mismo punto, con mis intrigas y sobretodo, con mis muy populares teorías complotistas. Sí, hago mi parte con editoriales, con rumores, hago mi parte como apologista, pintando mi tintero de amarillo y de amarillista, como periodista político, o militante partidista.

Sé que al estudiante hay que hablarle como joven, al creyente como Dios, al campesino como poeta, al inculto como culto y al científico como imbécil.

Como comunicador al servicio de una causa, sé que tengo que descalificar al que no esté de acuerdo, y adjetivar al que me responda con hechos. Sé que al estudiante hay que hablarle como joven, al creyente como Dios, al campesino como poeta, al inculto como culto y al científico como imbécil. También, sé del valor de la propaganda. Sé que al pueblo es ridículamente sencillo manipularlo. Sobretodo si se le conoce a fondo. Y me jacto de ser uno de los pocos comunicadores que en verdad conoce las tripas de nuestra idiosincrasia. ¿Quieres una prueba? Es sencillo. Te lo digo en una simple oración: el votante promedio es por excelencia, machista (aunque sean mujeres), crédulo, vengativo, revanchista y guadalupano. Dale a cualquiera una cucharada de esas emociones y lo tendrás en la palma de tu mano. Sobretodo cuando utilizas palabras que la gente no entiende, pero que les trasmitan una emoción, sí, mí emoción, mía de mí, la del que anima, la del que manda el mensaje cifrado… Por eso, no tengo engorro al declarar que no hay orden en el país porque el Presidente no puede ni ponerlo en su propia casa, o cualquier otra barbaridad enajenada, pues sé el efecto que esto tiene. Unirlo con los intereses de los ricos, decir que no es legítimo, tacharlo de pendejo, convertirlo en corrupto, culparlo por los vídeos, afectar su dignidad, hacer notas donde no hay… Todo acompañado, por supuesto, del válido comparativo con quien es todo cualidades, omnipotencia y toda modestia, toda dignidad, toda justicia, todo él, mi candidato, mi propio proyecto alternativo.

Sí me pueden llamar propagandista y mercenario. Lo soy y acepto desde que me quité el bigote. Aunque a ver si se atreven a decirme lo mismo cuando sea diputado…

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5) En la historia del mundo:

Joseph Goebbels,
Mano derecha de Adolf Hitler
Profesión peligro: PERIODISTA Y PROPAGANDISTA

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