Querido Jorge Emilio:

Te preguntarás seguramente, quién es quien se atreve a escribirte y a distraerte de tus importantísimas actividades en pro de los derechos de los animales, de la tierra limpia y de la política nacional (siempre que dicha política sea ecológica, claro está).

Como tu sabes, quien te inoportuna en este momento es un ciudadano como el que se dictamina de “común y corriente”, que te ha visto desarrollarte, que paga sus impuestos y que, además de todo, está preocupado por el desarrollo de la conciencia democrática de nuestro país.

Y puedes creerme. Esto que te diré no lleva la intención de menospreciar tu esfuerzo para hacer crecer a tu partido y su partida, a través de la nueva y técnica oferta del México nuevo. Porque, aún a pesar de que tu slogan sea más bien parecido a una execrable organización juvenil priista, agradezco tu vegetarianismo y tu interés en un tema de eminente importancia nacional: una menor drogadicción juvenil.

Sobretodo, porque gracias a la importancia del tema, confío en que tu educación universitaria no estuvo limitada lo mismo que confío en que estudiaste todos las complejidades que presenta un análisis del problema. Aunque no creas, tengo fe en que la legislación se basa en sapientísimas investigaciones y no en un banal populismo que hubiera concluido que la solución de todo el mentado tema, no se encuentra ni en la educación, ni en los valores sociales, cívicos y familiares, ni en la reducción de la acelerada temporalidad que sufren nuestros jovenes hoy en día, sino en el hecho de que no se gasta suficiente dinero para la construcción de más canchas de fútbol llanero.

Pero concentrémonos mejor, en el objeto primordial de esta carta. Fíjate que la política se ha vuelto un camino ambivalente, rodeado de discursos fragmentados que permiten la creación de referentes comunes entre públicos y actores distintos. Y por el bien de México me parece que parte importante del desarrollo democrático, se funda lograr que cada partido tenga una ideología y un discurso congruente, tanto interna como externamente, y que por lo mismo, no se abuse del dogmatismo que prescinde de toda ética con tal de adecuar al receptor según el ánimo y la estrategia.

Precisamente por eso, estaba satisfecho con las propuestas ecologistas del partido de color verde. Sus antecedentes en los 80’s como alianza de ecologistas que buscaba soluciones para los grandes problemas de la contaminación del aire, de la tala indiscriminada y de la conservación de las selvas, me parecían un fin justo que podría buscarse con más eficacia a través de un partido político que no malgastaría los recursos públicos monetarios. Y aún cuando no estoy de acuerdo con la campaña contra la energía nuclear bien utilizada o contra las corridas de toros, o con los medianamente mal dibujados anuncios espectaculares, me parecía congruente el adjetivo con el objeto mismo del partido y el verbo de su acción.

Sin embargo, estimado Jorge Emilio, el día de ayer justo después de defender en la sobremesa la existencia de partidos como el tuyo, me llevé la más terrible y lagrimosa decepción: A parte de observar en la televisión aquel costoso anuncio donde nos hablas de las mil maravillas ecológicas que tú y tu gente han logrado, tuve la poca fortuna de recordar tus discursos a favor de los derechos de los animales después de verte en una fotografía de una buena y afamada revista de sociales, bebiendo con tus amigotes en una fiesta cuyos “highlights” eran “un padrísimo ambiente” con, ¡peleas de gallos!

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