Los estaban esperando resguardados dentro del Congreso de la Unión y de empresas estratégicas como las televisoras y estaciones de radio. Eran grupos de élite de la Policía Federal. Iban desarmados, pero con cascos y protecciones antimotines y antibalas. Los acompañaban observadores de la comisión de los Derechos Humanos, un par de notarios y camarógrafos, para que se diera fe de los hechos con completa y total transparencia y no quedara ninguna duda prestante a la especulación.

Tal y como lo había previsto el sapiente Comisionado de Seguridad Nacional, porque su profesionalísimo Departamento de Inteligencia lo había alertado con tiempo, los profesores huelguistas de la CNTE irrumpirían con violencia las instalaciones para imponer su voz.

Sucedió durante la noche. Entraron por uno de los estacionamientos del recinto. Eran una veintena de sindicalistas y fueron rompiendo y violentando lo que encontraron a su paso: autos, letreros, macetas, cristales y puertas e hicieron una que otra pinta con aerosoles, hasta que de pronto, se encontraron en un pasillo y fueron rodeados por elementos de seguridad.

Entonces el flamante Comisionado tomó un megáfono y con certeza y voz de mando, les indicó: “Profesores y agremiados a la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, han irrumpido de forma ilegal a estas instalaciones lo cual constituye un delito federal en flagrancia. Por ello, serán detenidos y presentados al Ministerio Público. Recuerden que los tenemos rodeados y los doblamos en número”. En eso, uno de los líderes intrusos, trató de empujar y golpear a uno de los elementos federales. “¡Quietos, carajo!” tronó el Comisionado, “no compliquen la situación, todos han sido captados por las cámaras de seguridad y están siendo filmados por los reporteros que aquí se encuentran. Tenemos los rostros de cada uno de ustedes en las cintas. No agreguen al delito que nos concierne, el delito de asalto y agresión a oficiales de seguridad pública”, remató

“¡De aquí nos sacan sólo muertos, malditos represores! ”, espetó uno de ellos. No fue así ni fueron tampoco, reprimidos. Aunque no sobra decir que sí se armaron algunos golpes, pero los entrenados oficiales supieron utilizar con prestancia y mesura, medidas de contención de la violencia, como el gas pimienta, la separación veloz en grupos inferiores, el rápido esposamiento y en algunos casos, el uso de descargas eléctricas controladas para someter a los más rijosos.

Al día siguiente, a primeras horas de la mañana, en cadena nacional salió el Presidente de la República para dar un mensaje a la nación, donde informó del suceso y presentó pruebas documentales. Reiteró que el cambio ha llegado para quedarse. Que nadie podrá cometer delitos en flagrancia y salirse con la suya, sean del CNTE o no. Que el Estado tiene el monopolio de la fuerza para hacer valer la ley. Que él la hará respetar con el uso moderado, contenido y responsable de esta fuerza. Que los maestros, tienen el derecho a manifestarse de forma pacífica. Que defenderá ese derecho. Pero que de ninguna forma permitirá que secuestren calles, oficinas y terceros.

Podrán manifestarse, previamente avisando su ruta de paso, para que los ciudadanos y autoridad local de la ciudad de México, puedan evitar la zona, buscar rutas alternas y no quedar atrapados por horas en el tráfico. Respeto al derecho ajeno. Todos cabemos y podemos convivir. Por ende, que no podrán bloquear ninguna avenida. Podrán marchar, no sitiar.

Que quien destruya propiedad privada, quien agreda a terceros paseantes o reporteros, quien arremeta contra policías, será detenido y juzgado, sin remedio, por la certeza jurídica de los nuevos tiempos. Que sabe que toda reforma causa enojos. Y que aunque sea sólo coyuntural la protesta, ésta debe seguir las normas y procedimientos ya establecidos. Que asume el costo político y que esto es una realidad novelada. O una novela de una realidad paralela. O para lelos, mis sueños.

O ninguna opción anterior, pero sí un ferviente deseo y un reclamo no-velado.

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