No soy figura pública, pero soy mexicano, de educación católica en la infancia y voté por el cambio. Pero no puedo imaginar de pronto a Jean Chrétien, en el aeropuerto de Toronto, dándole una nalgada de bienvenida a la elegante princesa Máxima Zorreguieta. O una fotografía de Vicente Fox, en todos los diarios del mundo, besando sumiso los pies del presidente norteamericano George Bush. ¿Acaso no serían actos verdaderamente ofensivos?, ¿comportamientos execrables? Entonces, ¿por qué nuestro mandatario puede avergonzar a México cuando recibe a Don Juan Carlos de Borbón con una palmada en la espalda y la frase: Qué pasó mi rey…? ¿Por qué permitirle besar en público la mano del Jefe del Estado Vaticano; o de cualquier Jefe de Estado?

Y hablando en este último contexto, si bien es cierto que el presidente de México tiene derecho – como ente individual y en carácter privado- a creer y a practicar cualquier religión, el Jefe del Ejecutivo Federal no tiene el más mínimo derecho en demostrarlo en ningún momento público ni en ningún acto oficial, llámese misa dominical o reunión de carácter diplomático. Esto, porque es ilegal y antidemocrático; porque es éticamente incorrecto, y ofensivo.

Vicente Fox fue electo por la mayoría de nosotros para gobernar a todos los mexicanos, incluidos no sólo los católicos, sino también los judíos, los musulmanes, los bautistas, los evangélicos y cualquier otro tipo de credo que se practique amparado en nuestra constitución, sin importar si se trata de una minoría. Precisamente por eso, es imperdonable que nuestro Presidente no tenga la capacidad de diferenciar los actos públicos de los privados; pues en los segundos es dueño de su destino, pero en los públicos, es el representante legal de toda una nación que por siglos ha intentado conformar la unidad a partir de una sana e innegable pluralidad.

¿Qué tiene de malo que haya besado la mano del máximo jerarca católico? ¿Cuál es el problema de que Fox sea públicamente congruente con sus propias creencias?, se preguntarán muchos. El problema radica en que Fox no debe nunca anteponer sus creencias dogmáticas individuales, al compromiso colectivo que asumió con México y con la congruencia política de Estado el día que tomó protesta. Estoy molesto con mi Presidente porque hoy, en el peor de los casos, podría haber justificando sígnicamente la formación en el inconsciente colectivo, de un sentido de exclusión hacia quienes practican una religión “incorrecta”, por simplemente ser distinta a la de la mayoría.

Voté por Fox y por el cambio, pero no hay argumento válido que justifique lo sucedido. Y lo peor del caso, es que sé que lo hizo por su compulsiva obsesión mesiánica de demostrarle al mundo entero que desde el 2 de julio, todas las cosas y prácticas, “han cambiado”. Sin embargo, con lo anterior, Fox ha ido retrogradando, perdiendo algo de la legitimidad democrática que le dimos en las elecciones, y con ello, espacios de gobernabilidad, pues no se trata en el fondo de la gravedad del asunto, si no de la ligereza y la facilidad con la que mermó su imagen y nuestro concepto de nación sin necesidad alguna, conociendo de antemano, el simple detalle de que ahorrándose el espectáculo público (haciéndolo si se quiere, privado), ninguna de las consecuencias negativas mencionadas, hubieran sucedido… Ya lo ha hecho tantas veces, que me he comenzado a preocupar… no quiero que llegue el día en que me sienta arrepentido por votar.

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