No han parado de acosarme. Todos los días, por varias horas, me llaman de un banco para querer cobrar un préstamo que alguien sacó hace un mes, a nombre de mi hijo que murió hace dos años.
Me exigen, con malos tratos y amenazas de embargo, que le diga que lo están buscando, o que le pase el auricular. ¿Cómo, si está muerto?, les pregunto. Entonces me afirman que tienen un expediente con su IFE con mi domicilio, su cédula profesional, su licencia de conducir, acta de nacimiento y otro comprobante de teléfono. ¿Cómo puede ser esto?
Como no encontraba explicación, llamé a mi compadre, el padrino de mi hijo, que trabaja en el buró de crédito y por curiosidad, metió sus datos en el sistema. ¡Sorpresa! Resulta que además del crédito bancario, hay a nombre de mi hijo, créditos recientísimos en varias tiendas departamentales, supermercados y mueblerías.
Me quedé frío. Anonadado. Como ya soy mayor, llegue hasta pensar que estaba perdiendo la razón, o que me estaba dando alzhéimer. Pero no, yo mismo lo vi muerto en el hospital. No habría posibilidad de confusión al respecto. ¿Entonces? Pues sí, todo muy simple: resulta que unos desgraciados en Santo Domingo, vendieron su identidad con TODOS sus comprobantes —incluyendo su título profesional del Tec de Monterrey— a un malnacido, a cambio de 6 mil míseros pesos.Lo único que hicieron, fue personalizar los documentos con la foto real del impostor, que sepa Dios qué más tropelías ha estado haciendo con ellos.
¿Sabe qué? Es el colmo. Toda mi vida (tengo setenta años) como seguramente toda la vida de usted que me lee, hemos sabido que en Santo Domingo, falsifican documentos oficiales.¿Por qué si todos lo sabemos, la autoridad no hace nada? ¿Cómo es posible que por décadas ese lugar sea un nido de ratas? ¿Por qué toleramos autoridades que no actúen? Es más, ¿por qué permitimos funcionarios con títulos falsos comprados ahí? ¿Por qué?
Sexenio tras sexenio, todos dicen lo mismo: ahora sí, ya en serio, ahora sí de verdad se los juramos, vamos a mejorar. Ahora sí, de verdad, a diferencia de hace unos años, llegó el cambio. Blah, blah, blah. El chiste es, que nada sucede. ¿Quieren, Señor Presidente Peña o Señor Mancera, que les creamos? Es muy fácil. Comiencen creando una fiscalía o cuerpo ciudadano contra la corrupción que sí actúe. Si la gente percibe cambios en la cotidianeidad, comenzaremos a creer que los mexicanos sí podemos, como tanto nos quieren convencer.
Porque hoy, es verdaderamente ridículo. Solo hace falta salir a la calle y ver que hay negocios que evaden impuestos y no tienen facturas, justo frente al SAT. Pueden ir a ver que en la misma cuadra de la Secretaría de Transito y Vialidad, hay coches mal estacionados y cometiendo infracciones. Sí, también verán que hay baches frente a la Secretaría de Obras Públicas, y alcantarillas destapadas y fugas de agua, a cien metros de la CONAGUA. Y ni se diga de gente mendigando frente a la Secretaría de Desarrollo, o puestos ambulantes vendiendo películas piratas al lado del Instituto Nacional de la Propiedad Industrial, o puestos de garnachas y carnitas, sin ninguna medida de higiene, en la mismísima banqueta de la Secretaría de Salud. ¿No es el colmo? Eso en Estados Unidos es lo primero que no sucedería. Por eso, se nos van nuestros paisanos. Allá las cosas funcionan.
Aquí no avanzaremos si ni los encargados de vigilar un área estratégica de gobierno, no hacen lo mínimo indispensable en donde trabajan. Es como reclamar en la colonia que haya cacas de perros en el parque, pero permitir que nuestra propia mascota deje excremento frente a nuestra puerta.
Necesitamos los mexicanos, tolerancia cero a la corrupción. En verdad se los digo. Mañana yo tengo que ir con mi abogado al ministerio público espantoso, esperando que no me vayan a querer extorsionar, para que por las acciones de corruptos tolerados y un ladrón de identidad desalmado, no me vayan a quitar la casa que mi hijo me heredó, porque como pueden ver, la corrupción en México, ya ni a los muertos respeta.