La sacaron del quirófano a las 2 de la mañana. Lleva dos días soportando fuertes dolores y haciendo sus más básicas necesidades fisiológicas en un triste traste plástico sin poderse levantar de la cama. Han sido las 48 peores horas de su vida. Y eso que no ha vivido pocas cosas.
Es madre de dos. El menor de ellos, fue recién aceptado como bachiller en la Escuela Nacional Preparatoria Número 7. La mayor acaba de pasar al segundo semestre de contabilidad. Ella, que nunca pudo estudiar, hubiera preferido que su primogénita estudiara enfermería pero ganó la influencia de su esposo en la decisión de profesión: los contadores son más respetables, dijo.
Fue a Pantitlán a buscar útiles para sus hijos. Ahí en los puestos que brotan en los pasillos de la estación, se encuentra de todo, más barato inclusive que en el mercado. El semáforo estaba en verde para los peatones, pero había tanta gente que varios cortaron camino al cruzar entre los carros y no justo en la esquina. Ella no. No le gusta correr riesgos. Lo malo es que aún cuando se respeten todas las normas, los imprevistos suceden.
Un conductor experto, se distrajo nomás un momento estando en alto total. Nomás quitó el freno del pedal de su auto. Un segundo nomás. Su coche se movió apenas tantito. Un par de centímetros, nomás. Pero fue lo suficiente para hacerle una “palanca” en la pierna y, en un empujoncito, tronarle la cadera y dejarla tendida en el concreto: desorientada pero completamente segura de que algo se le había roto. Lo escuchó crujir por dentro.
Fue un accidente como miles más que pasan a diario en una ciudad donde el 70% de los coches que circulan, no cuentan con seguro de responsabilidad con terceros. El Distrito Federal es la única gran ciudad en los países de la OCDE y del G20 donde se puede manejar una máquina mortal llamada automóvil sin contar con un seguro que, por cierto, cuesta al día lo que cuesta comprar un cigarro suelto en la calle.
Los paramédicos del ERUM la trasladaron primero al hospital del IMSS de Traumatología de Lomas Verdes, porque a veces, los contribuyentes y empleados de todo el país, subsidian que los particulares no tengan seguro en sus autos. Pero no la recibieron porque su marido -que es autoempleado- no está inscrito en el Seguro Social y ella trabaja en el hogar.
Luego a Xoco, a la Cruz Roja, y un sin fin de ubicaciones hasta que por fin pudieron colarla a un sanatorio particular pequeño en la frontera de la ciudad con el Estado de Puebla.
Entre uso de quirófano, cinco días de hospitalización, prótesis de cadera, honorarios médicos, curaciones, antibióticos, analgésicos y una lista de conceptos de varias hojas que no comprende bien, tendrán que pagar cerca de 110 mil pesos. Antes de intervenirla, los hicieron firmar pagarés y entregar la factura del chevy en el que su marido se va a trabajar. No es todo: requerirá de muletas por un tiempo, sesiones de rehabilitación y medicamentos que deberá tomar por semanas. Y taxis, porque con esa lesión, ni hablar de caminar o tomar transporte público.
El “licenciado” que le recomendó un compadre y los asesora para que les paguen el daño, les comunica la situación: como el chofer no tenía seguro ni dinero para pagarles los miles erogados, se irá preso al Reclusorio Oriente al menos 14 meses o hasta que cubra el importe.
Su marido llora de coraje porque no podrán pagar el enganche de la casita que tantos años han buscado adquirir. Porque se les escurrió la posibilidad de las manos. Porque alguna vez un político dijo que en el Distrito Federal no se iba a imponer un seguro obligatorio de responsabilidad civil con terceros para “no afectar a los que menos tienen”.