Mucho se ha dicho que lo que impulsó a George W. Bush a iniciar la guerra contra Irak, fue el temor de encontrarse derrotado en la vía diplomática. Mucho se ha escrito, sobre la suerte del presidente Fox por no verse obligado a ejercer el derecho de voto de México en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Sin embargo, poco hemos analizado un hecho escalofriante: justo cuando se celebra que nuestro país se había liberado de años de intervensionismo norteamericano por atares del petróleo, amaneció la historia mundial con un ciclo que se repite, con una trenza irónica que muestra a las leyes mudas; silenciadas con el retumbar de los misiles, las bombas y las metrallas.
Y muy a pesar del cuestionable triunfo norteamericano y el continuo sentimiento de inseguridad contra el terrorismo que se respira en todo el mundo, cabe reflexionar sobre que la guerra misma no es el producto de un maligno ser supremo, y mucho menos es algo tan simple como la búsqueda de aliviar la recesión americana en dos frentes, con el aumento en el gasto público sustentado en el control del petróleo por un lado, y la creación de un mercado árabe cautivo por el otro.
La guerra es, me parece, algo mucho más profundo, que tiene que ver con un último y furtivo intento del “freeworld” para buscar garantizar y auto renovar a la ya casi sucumbida presencia ideológica, política y económica que lo había distinguido por años. Y esto se hace, le pese a quien le pese y se pise a quien se pise, cumpliendo nada menos al pie de la letra y en la mira del cañón, con lo que hace ya siglos pregonó Cicerón: “Inter Arma Silent Leges: Cuando suenan las armas, callan las leyes”.
Ese es el precio de la guerra y sobra decir que es muy alto. En el mejor de los casos, implica olvidar pronto otro reto al que se enfrentó nuestro gobierno, o acaso, como habitantes del planeta, olvidarnos de una amenaza más. En el mejor de los casos, la guerra implica que corramos el riesgo de pronto encontrarnos renunciado a nuestra conciencia global al dotar de fuerza a un sistema de autoridad unilateral, que se base en mecanismos de manipulación muy bien calibrados que logren legitimar futuros conflictos con el fin de que, tanto víctimas como victimarios, gobernantes y gobernados, influyentes e influenciados, creamos en la ilusión de que se está haciendo lo correcto o por lo menos lo inmediatamente necesario por mantener la paz, la tranquilidad, la estabilidad económica y el progreso mundial.
Con suerte, la guerra terminará sin demasiados conflictos inmediatos y la economía terminará en mejoría, pero no podemos negar que el costo será haber negado la misma razón de ser de la ONU y la rápida transformación del consenso internacional en un absurdo y nihilista ritual. Por ello me pregunto, más allá de las posibles consecuencias inmediatas que hubiera traído el votar en contra de nuestro principal socio comercial, ¿es correcto que México no condene públicamente el ataque norteamericano a Irak? ¿Es verdaderamente conveniente para nuestro país, hacerse de la vista gorda y permitir que las armas silencien a las leyes?, porque lo que me preocupa, no es tanto el concepto, sino por lo que tendremos que esperar cuando las armas sean las leyes.
* Artículo inspirado en la lectura de texto de Nadia Orozco